miércoles, 30 de octubre de 2013

"Los Santos de Ávila", Bronce de Antonio Oteiza

Este fin de semana del puente de todos los santos es la última oportunidad que se tiene para poder visitar la exposición "Credo" de la Edades del Hombre 2013 en Arévalo. En esta tercera entrega que realizamos en el blog, sobre las obras del Seminario de Ávila que se exponen, queremos presentaros los dos bronces sobre "Los Santos de Ávila" que Antonio Oteiza realizó para la capilla del Teologado de Ávila en Salamanca. Contemplando estos bronces, situados en la exposición de las Edades en la parte que explica el artículo de fe "Creo en Comunión de los Santo", podremos así comprender mejor este misterio y estaremos mejor preparados para su celebración litúrgica el 1 de noviembre.

Bronce de Antonio Oteiza situado en el lado derecho de la capilla del Teologado de Ávila. En el podemos apreciar a distintos santos y venerables. En la parte superior: san Segundo, Santiago Apóstol y el resto de varones apostólicos, san Pedro del Barco y compañeros ermitaños. En la parte inferior: Martirio de san Vicente, Sabino y Cristeta. En la parte central: Vasco de Quiroga, san Pedro Bautista, san José Fernández, san Pedro de Alcántara y san Alonso Orozco.

Antonio Oteiza, fiel a lo que ha denominado expresionismo religioso, trabaja su obra en un intento de superar la mera plasmación de elementos y formas, permitiendo que aquello que él mismo experimenta desde la cercanía a la transcendencia de la realidad que va a representar se plasme en la obra. No se conforma con la mera realidad material, sino que traslada a lo que sale de sus manos la circunstancia trascendente, permitiendo así que lo alumbrante en el interior del relieve o escultura, la impronta de lo Superior que lo inhabita, sea impulsado ferozmente en proyección universal. En este sentido, el quehacer del artista se compara con el del profeta: ambos se convierten en sujetos que desvelan con sus palabras y obras una realidad más alta a la que apuntan continuamente, realidad distinta y trascendente que habla a quien sea capaz de aceptar esa palabra hecha sonido, escritura o expresión plástica y posea un espíritu receptivo (Cf. Oteiza 2001: 250-252).

Por ello, en los paneles de Salamanca en el Teologado de Ávila, el autor expone la vivencia de la fe de la diócesis de Ávila a través de sus santos, ejemplos máximos de la vivencia radical del Evangelio, en lo que es posible atisbar su propia vida interior como motor primero de la afirmación cristológica fundamental: Jesús es Señor. Así en el relieve primero, dividido en tres frisos, nos traslada a la Historia que esta más allá de la historia, conduciéndonos a los orígenes de la Iglesia abulense, que es Apostólica, a través de la predicación del santo obispo Segundo, y a Santiago el Mayor , acompañado de los restantes varones apostólicos. Prosigue haciendo uso de la Tradición que en continuidad con ellos, pero distanciados en más de mil años, brilla en la vida eremítica de los santos padres de la ribera del Tormes y de las estribaciones de Gredos, dejando el primer lugar para el histórico anacoreta San Pedro del Barco. En el espacio inferior, y en paralelo con lo anterior, se ubica el martirio de los hermanos Vicente, Sabina y Cristeta con formas inspiradas en los famosos relieves de su sepulcro de la basílica de San Vicente. En la parte central se suceden, con aumento de escala, los santos de los que se tiene mayor constancia a partir de fuentes escritas. Todos ellos han heredado la fe de los que les precedieron y así los figura, plenos de ardor apostólico, en continuidad con el testimonio recibido, que todos rubrican con la propia vida.

Bronce de Antonio Oteiza situado en el lado izquierdo de la capilla del Teologado de Ávila. En el podemos apreciar a distintos santos y venerables. De izquierda a derecha y de arriba a bajo: San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Martirio de Francisca Trigo e imagen de Francisca Trigo, Seminario de Ávila donde vivió Mari Diaz y esta enterrada e imagen de Mari Díaz, beta Ana de San Bartolomé protegiendo la ciudad de Amberes en el bombardeo de la II guerra mundial, Padre Balbino del Carmelo, María Vela y finalmente un recuadro vacío como invitación a la santidad.

Nótese que nuestro autor no se queda en la mera naturaleza de los personajes sagrados que representa sino que presenta lo sobrenatural que el es propio. Ahí se descubre una voluntad para que en la obra plástica sólo hable lo que realmente tiene de único. En este sentido nos parece encontrar puntos de conexión con la experiencia de su hermano Jorge, capaz de plasmar en la escultura del santo la estatua-energía del cristiano renovado volcado con su corazón al exterior (Cf. Muñoz: 110). Sólo así la verdad evangélica creída por los hombres representados podrá proyectar sobre quienes los contemplan, apareciendo lo sobrenatural por encima de la mera materialidad (Cf. Oteiza, 2004: 607). Sobre todos sobresalen las monumentales imágenes de San Juan de la Cruz, patrono del seminario abulense, y Santa Teresa de Jesús, verdaderas figuras monumentales que principian el otro panel. Su experiencia de Dios se hace visible en la sencillez de las formas, y en la fuerza provocada por la propia configuración de los estilemas. Verdaderamente en ellos se hace patente la deformación amorosa de la escultura en frontera con el espíritu (Cf. Oteiza 2001: 256). No caben palabras, sólo resta la contemplación y el contagio del contemplador, quien es llamado a la confesión de fe y al ejercicio de las virtudes hasta el grado heroico. A ello invita la ausencia de imagen en el espacio vacío que falta para completar el segundo panel, el cual habrá que ser terminado por quien lo percibe, llamado, como todo cristiano, a la santidad. 

La información se ha obtenido en gran parte del Catálogo de la Exposición "Credo" editado por la Fundación Las Edades del Hombre, 2013. Autor del artículo Mariano Casas Hernández, p.282.

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