D. Raúl, D. Gaspar y D. Antonio |
El Padre Dios nos envió a su Hijo Jesucristo, el rostro brillante de su misericordia, descendiendo así hasta nuestra humanidad herida, haciéndose próximo y prójimo (cf. Lc 10,29-37). Él inaugura el jubileo de la gracia y de la misericordia para todos (cf. Lc 4,16-21). Jesús, al ver a las gentes como ovejas sin pastor, sintió tal compasión que le llevó a tocarlos, alimentarlos, curarlos, auxiliarlos, perdonarlos, en definitiva, a descender a ellos. Él mismo quiso que sus Apóstoles continuaran esta misión de misericordia, y les envió con la fuerza de su Espíritu para predicar el Reino y perdonar pecados (cf. Jn 20, 23; 2 Cor 5, 18). Esta misma misión es la que continúan hoy los obispos, sucesores de los apóstoles, y sus colaboradores los sacerdotes.
Sin duda, la vocación al ministerio sacerdotal es un gesto de misericordia que Dios tiene con el que es llamado, pero también con todo el pueblo de Dios. El mismo Pedro experimentó en su persona la mirada misericordiosa de Cristo cuando le destinó a ser pescador de hombres (cf. Lc 5,8-10) y pastor de sus ovejas (cf. Jn 21,15-17). También el Papa Francisco, en su lema episcopal “Miserando atque eligendo” hace referencia al misterio de la elección por su mirada misericordiosa, teniendo como fondo la vocación de Mateo (cf. Mt 9,9). Un sacerdote es aquel que, como el apóstol Pablo, puede ser ministro creíble y mediador eclesial de la misericordia divina porque primero ha experimentado en su carne y en su historia que es un pecador perdonado (cf. 1 Tim 1,12-17).
Al celebrar un año más el “día del Seminario” es bueno recordarnos que necesitamos sacerdotes para nuestra diócesis de Ávila y para la Iglesia universal. Por eso, hemos seguir pidiendo al Señor por las vocaciones sacerdotales. En estos momentos, tenemos en Ávila ocho seminaristas mayores que son un verdadero regalo de Dios para la diócesis y esperanza de nuevas vocaciones para el futuro. Os ofrecemos en estas líneas sus testimonios y reflexiones a propósito de las obras de misericordia, lugar singular de encuentro con el Señor en los hermanos (cf. Mt 25) y, por tanto, de llamada a su seguimiento. En esta línea, los seminaristas del Menor en Familia comparten con nosotros una experiencia de su discernimiento vocacional visitando el Albergue de Transeúntes. Por todos y cada uno de ellos así como por la gracia especial que es para nosotros, los formadores, poder acompañarlos en este camino, damos gracias a Dios. Agradecemos también desde estas líneas la oración, la ayuda y el afecto con los que todos los diocesanos sostenéis a nuestro Seminario. No nos cansemos de invitar, acompañar y animar a nuestros niños y jóvenes a plantearse la vocación al sacerdocio. No hay alegría más grande ni felicidad más plena que entregar la vida por el Evangelio y ofrecer a los demás la medicina de la misericordia de Jesús, que da paz al corazón y cambia el mundo. Quien lo experimenta lo sabe…
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