Cuando contrastamos nuestra vida con el Evangelio, nos damos cuenta de que vivimos muchas veces contrariamente a sus enseñanzas; es decir, nos equivocamos. Pero si nos detuviéramos aquí, nos estaríamos parando sólo en la segunda parte de la obra de misericordia “corregir al que yerra”, es decir en el “que yerra” y olvidaríamos la primera. ¿Cómo encontrar el “corregir”? Yo lo hice y lo hago en la confesión; corregido por el amor de Dios a través de un sacerdote. Aquí hago yo mía la frase “feliz culpa…”, porque veo entonces cómo la misericordia derramada en la cruz vuelve a derramarse sobre mí y se tornan dulces las lágrimas del pecador. Este perdón lo he recibido de Dios por medio de las manos de los sacerdotes. En la vocación tiene gran peso la ejemplaridad y por eso, el querer seguir el ejemplo de estos aguadores de misericordia y el sentirme llamado a administrar un perdón tan dulce, afianza mi vocación.
Es la llamada a administrar una misericordia que borra el pecado del hombre, ese pecado que nos deja desnudos como a Adán y Eva, a quienes Dios, apiadándose de ellos, vistió con pieles, renovando su condición de hombres. Es ese revestirse de la nueva condición humana, es ver esa vestidura nueva que Dios ha conferido a todo hombre por la resurrección de su Hijo; y si todo hombre ha sido salvado y es digno de ello ¿cómo permitir que haya aún muchos que no tengan con qué vestirse?
Rafael Sánchez Andreu
Seminarista de Ávila
2º Teología
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