Somos hombres. Y ser hombre conlleva dos experiencias inherentes a toda vida humana: creer que todo lo podemos por nosotros mismos y, a pesar de todo, saber que necesitamos mucho más de lo que podemos alcanzar con nuestras solas fuerzas. Vivimos sufriendo pero no para sufrir, vivimos llorando pero no para llorar. Experimentamos un camino que es como un valle de lágrimas, una soledad que nos atormenta, una tristeza de corazón que nos abruma. Y sin embargo sabemos, que tras todo dolor, hay un grito de esperanza que nos llama a la alegría verdadera, a la comunión que rompe la soledad, a la Vida que vence a la muerte.
Nos sabemos y nos experimentamos desnudos y tristes. Nos sabemos despojados de las vestiduras que nos hacen aparentar ante el mundo ser hombres fuertes a los que nada les afecta. Pero los cristianos hemos vivido un encuentro donde Cristo se ha despojado de su manto de divinidad para vestir nuestra desnuda humanidad, se ha humillado ante el mundo para contagiarnos la verdadera alegría.
Quien se sabe perteneciente a Cristo ya no tiene miedo. Porque Cristo ha vestido al desnudo con un manto de triunfo y ha consolado al triste haciéndole hijo de la Alegría. Este es mi testimonio: quiero ser de Cristo y con Cristo para el mundo, vestir al mundo de Cristo y entregarle su alegría.
Álvaro Campón Sánchez
Seminarista de Ávila
4º Teología
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