Queridos diocesanos:
En esta hora ¿qué manda hacer de nosotros el Señor y qué nos manda hacer respecto al Seminario? Cuando con el corazón vuelvo mi mirada a nuestro Seminario diocesano me vienen tres palabras que querría compartir con vosotros: agradecimiento, centralidad y compromiso.
Agradecimiento
Agradecimiento porque el Seminario está vivo, no es sólo un edificio de piedra sino una comunidad de personas en quienes Dios nos manifiesta que sigue llamando y que hay jóvenes dispuestos a responderle con determinación, entrega y alegría. ¡Y esto es un milagro asombroso! Es un milagro que tengamos nueve seminaristas mayores, de los cuales dos son ya diáconos y el resto estén formándose en nuestro Teologado en Salamanca. Es un milagro que un grupo de muchachos participen cada quince días en el Seminario en familia o en los encuentros vocacionales para pedir al Señor que les muestre – como decía la Santa –el estado en que le han de servir (cf. Vida 3,2). Por cada uno de ellos, con su rostro y su historia, damos gracias al Señor. En ellos está haciendo “obras grandes”; a través de ellos, de su ejemplo y entusiasmo, interpela a otros muchos; con ellos miramos con esperanza el futuro.
Centralidad
El Seminario, “corazón de la diócesis”, nos invita también a valorar y a tomar conciencia cada vez más de la necesidad de los sacerdotes para la vida de la Iglesia y del mundo. ¡Necesitamos sacerdotes! En estos últimos años han fallecido muchos en nuestro presbiterio. Pero los necesitamos no sólo por razones numéricas o de atención pastoral sino, sobre todo, porque el mundo sigue necesitando hoy hombres que, haciendo las veces de Cristo, le ofrezcan una Palabra de luz verdadera, un Alimento de Vida eterna, un Amor que cure y salve, una Guía orientadora hacia Dios. En su tiempo, Sta. Teresa fue muy sensible a esta necesidad de sacerdotes, los “capitanes del castillo”, y a la complejidad de su misión en el mundo, porque “han de ser los que esfuercen la gente flaca y pongan ánimo a los pequeños”. Y añadía: “¡buenos quedarían los soldados sin capitanes!” (Camino 3,2).
Compromiso
Por eso, lo primero y principal que hizo Sta. Teresa y recomendó a sus monjas – y a nosotros – es orar por ellos y por las vocaciones al sacerdocio, pues es Dios quien llama. “Para estas dos cosas cosas – decía la santa Madre – os pido yo ser tales que merezcamos alcanzarlas de Dios: la una que haya muchos… y a los que están muy dispuestos, los disponga el Señor; que más hará uno perfecto que muchos que no lo estén. La otra, que después de puestos en esta pelea… los tenga el Señor de su mano” (Camino 3,5). Pero a la oración constante se ha de unir también – como nos recuerda el papa Francisco – el “fervor apostólico contagioso” de nuestras comunidades cristianas, especialmente el testimonio de sacerdotes “entregados y alegres”, que entusiasme y resulte atractivo para nuestros niños y jóvenes, junto al atrevimiento a proponerles sin miedo en nuestras familias y parroquias la vocación al sacerdocio como un camino de plenitud personal (cf. EG 107). San Juan Pablo II lo dijo en Cuatro Vientos: “al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida os puedo asegurar que…merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!”
“Señor, ¿qué mandáis hacer de mí?” Tres actitudes nos pide a todos ante el Seminario: agradecimiento, conciencia de la necesidad de sacerdotes, compromiso orante y personal. El aumento de vocaciones al sacerdocio es uno de los frutos que esperamos alcanzar del Señor en este año Jubilar teresiano y en la misión diocesana en marcha (cf. Carta Pastoral V Centenario, 84-87). Permitidme terminar dirigiéndome a los jóvenes de Ávila con las palabras que les escribió Benedicto XVI con motivo del Centenario de la Fundación de San José: “Aspirad también vosotros a ser totalmente de Jesús, sólo de Jesús y siempre de Jesús. No temáis decirle a Nuestro Señor, como ella: «Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?» (Poesía 2). Y a Él le pido que sepáis también responder a sus llamadas iluminados por la gracia divina, con «determinada determinación», para ofrecer «lo poquito» que haya en vosotros, confiando en que Dios nunca abandona a quienes lo dejan todo por su gloria (cf. Camino de perfección 21,2; 1,2)”.
Con mi afecto y bendición,
+ Jesús, obispo de Ávila
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