¡Felicidades a todos en la festividad de San José, Día del Seminario! El lema propuesto para este año es: «La alegría de anunciar el Evangelio». Siguiendo la estela de la exhortación apostólica del Papa Francisco Evangelii gaudium, el mensaje de este año resalta una característica del testigo que anuncia la salvación, no siempre tenida en cuenta, esto es, la alegría que ha de acompañar su tarea evangelizadora.
El que ha sentido la llamada de Jesús y está en proceso de formación, debe tener siempre presente las palabras del salmo: «Servid al Señor con alegría» (Sal 99, 2). ¿Y de dónde nace la alegría en el servicio del Señor? Teresa de Calcuta nos da la respuesta: «El que tiene a Dios en su corazón, desborda de alegría. Nuestra alegría es el mejor modo de predicar el cristianismo. Al ver la felicidad en nuestros ojos, tomarán conciencia de su condición de hijos de Dios.»
Queda claro que esta alegría no se puede improvisar. Hay una condición previa, ineludible: tener a Dios en el corazón; un Dios que se da a conocer en la intimidad, en el trato asiduo y generoso; un Dios que se revela en Jesucristo y desborda el corazón humano llenándolo de su presencia y su amor. Una vez descubierto el tesoro y la dulzura del Señor, el testigo se encuentra ante la necesidad de transmitirlo. Cuando entramos en comunión con Jesús, Éste nos hace semejantes a Él. Y sobre esta comunión nace la comunidad. Movidos por el Espíritu del Resucitado, formamos una nueva comunidad de fe, que nos lleva a la misión.
Ser testigos del Evangelio conlleva anunciar el Evangelio, que es buena noticia, mensaje de salvación, y también fuente de honda alegría. Nuestra Santa Teresa dirigía al Señor una petición llena de buen humor y sentido común: «De devociones absurdas y santos amargados, líbranos, Señor.»
Transmitir esta alegría también convierte al sacerdote en «testigo de la credibilidad de la fe, es decir, debe dar testimonio concreto y profético mediante signos eficaces y transparentes de coherencia, de fidelidad y de amor apasionado e incondicional a Cristo, unido a una caridad auténtica, al amor al prójimo.» En este sentido se expresaba San Pablo: «de la Iglesia Dios me ha nombrado servidor, conforme al encargo que me ha sido encomendado en orden a vosotros: llevar a plenitud la palabra de Dios.» (Col 1, 25)
Todos los fieles hemos de asumir, de una u otra manera, la preocupación que haga surgir de nuestras comunidades vocaciones al sacerdocio. El Señor nos dio la clave: «rogad al dueño de la mies que envíe operarios a su mies.» (Lc 10,2) Esto ha de ser algo habitual en nuestra vida. «Mucho puede hacer la oración insistente del justo.» (Sant 5,16)
Un lugar fundamental ocupa la familia a la hora de suscitar vocaciones. Si la familia es espacio incomparable para la transmisión de la fe, de allí brota la propia vocación. Ante las muchas posibilidades que se presentan a los hijos, a la hora de decidir por una determinada forma de vida, la oferta de una entrega plena al Señor debe ser propuesta como una alternativa accesible.
Ahora me dirijo a vosotros, niños y jóvenes. Si alguno de vosotros ha sentido esa inicial llamada en vuestro corazón, abridle las puertas a Jesús. A los ojos de muchos compañeros, entregar vuestra vida al Señor y a los hermanos por medio del sacerdocio les parece una opción extravagante, alejada
de los valores del dinero, del éxito, de la vida fácil. En una sociedad de consumo donde se impone la cultura de lo efímero, del placer, el Señor os hace una oferta de vida llena de sentido y felicidad. A vuestra respuesta generosa no le faltará la ayuda del Señor.
Encomendamos a María, Madre de las vocaciones, a los seminaristas que se están formando en nuestro seminario diocesano. Le pedimos que interceda ante su Hijo para que toque el corazón de muchos jóvenes y se conviertan en «operarios de su mies.» Que ella os bendiga y os guarde.
+ Jesús García Burillo
Obispo de Ávila
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